Sólo por simple casualidad, este
fin de semana vi dos películas de tópicos discímiles pero idénticas en su
estilo. Una nueva forma de hacer cine se nos presenta inesperadamente, y quizás
en un futuro arrase con los conceptos antiguos.
Hablamos de “cámara testigo”, “cámara subjetiva”, “cámara al hombro”. Este
nuevo recurso se utilizó en estrenos como “El diario de los muertos”(George
A. Romero) y “Cloverfield”( J.J. Abrams), que
fueron filmados a partir del punto de vista de uno de los personajes, captando
una realidad creada (porque lo que vemos no deja de ser ficción) y a la manera
de un documental. Esto nos remonta a antecedentes como “El proyecto
Blairwitch”, que para ese entonces, en mi caso particular, no tenía el ojo tan
entrenado como para encontrarle su lado atractivo. Así vemos que esta manera de
filmar no es nueva, pero ahora encuentra su mayor auge.
“El diario de los muertos” nos trae una historia “verídica” contada por un
grupo de estudiantes de cine, en la que los zombies que cobran vida vuelven a
ser los protagonistas. Es más de lo mismo, pero con la única diferencia de que
los muertos reviven no por una plaga ni un experimento de laboratorio, sino por
alguna razón inexplicable que no se llega a descubrir, es decir que la cinta
tiene un final abierto.
Cloverfield, en cambio, trata sobre un monstruo a lo “Godzilla”, que ha llegado
a la ciudad para destruirla por completo. La gente entra en pánico, evacúa sus
viviendas, la policía se ocupa del desastre y todo queda ahí. Ese es el rasgo
característico de ambas producciones, tragedias y muertes en vano pero sin un
final determinado, y dejando entrever que la idea es “documentar para quien
pueda ver el tape después del suceso, quien sea”.
¿Será que éste tipo de películas ha entrado al mercado cinematográfico por
algún motivo en especial? ¿Es sólo llenarase los bolsillos recurriendo a un
nuevo estilo que atraiga y cautive más al público, o es que se intenta
realmente llegar a la gente y que ésta se contagie y haga sus propias cintas?.
A la hora de enfrentarse con los karmas de la sociedad (la violencia de todos
los días, la pobreza, la desigualdad, las tragedias naturales, etc), cada uno
decide “retratar” y captar el momento en el que se vive, como si fuera una
fiesta de quince. El que filma tiene su rol: pase lo que pase él debe seguir
con su cámara y no dejar de filmar. No suelta su filmadora para ayudar, sólo se
comporta como un testigo ausente con un ojo frío. En este tipo de fimaciones de
estilo periodístico, se aprecia mucho la personalidad de su director, la forma
en que se expresa, cómo opina, sus jadeos y respiración. Por ello, no creo que
el suceso en sí sea el protagonista principal, sino que lo es su “registrador”,
ya que está inmerso en la historia y en cada situación, y la vive como todos
los demás personajes.
Es impresionante cómo uno se queda perplejo e hipnotizado con las imágenes que
se muestran, no por la película que se ve, sino por sus planos y escenas, y por
el aporte que hace quien las crea. El mismo camarógrafo (aficionado o no) nos
emociona y excita con la crudeza de sus tomas, la sencillez de su estilo, con
sus movimientos involuntarios que a veces nos marean, con su respiración
agitada, cuando la cámara se adapta perfectamente a cada paso que da. Es un
interesante recurso a utilizar, siempre y cuando no se abuse de él, y no es
mejor o peor que el tradicional, sino que es distinto.
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